Miguel Hernández Gilabert
Orihuela, 30 de octubre de 1910 – Alicante, España, 28 de marzo de 1942
Con piel de soldado
He tejido el viento para que cante pronto
Estos versos de papel
Y tinta leve,
Que se escabullen por entre los barrotes
Para irse a flirtear con la luna
Para decir,
Besando el brillo plateado que refleja la laguna,
Que aún puedo salmodiar poemas como se disparan los fusiles
En la estrecha trinchera de mi pecho,
Donde brinca encabritado,
El ansia invencible de mi grito.
Escribiré en el blanco moribundo de mi celda,
Una marca de tierra,
Una mano que se agita entre desvelos,
Tibia cobija con que sueño,
Llanto apagado que entristece,
Pan anhelado que no llega,
El recuerdo ausente de la esposa y del hijo, lejanos,
Los ayes
De los camaradas fusilados entre tapiales,
Sepultados sin cruz,
Entre hierba alta y tierra negruzca, como de noche,
Sin sol,
Sin despedidas,
Sin consignas ni banderas,
Tal solo arengados,
Por el rojo hermoso derramado de sus cuerpos.
Canto poeta, canto guerrero,
Palabra de fuego que retumba en el espacio,
Así he de volver, invicto y simple
Como la peña que nunca se ha movido,
Con los pulmones limpios, y
Las manos sin las huellas de los clavos infames de verdugos,
Ataviado de campos y flores,
La alforja con exquisito fiambre de mamá
Con olor a humo de casa,
Y la bota preñada de vino, en banderola,
Caminando orondo,
Con los bolsillos llenos de guijarros,
Silbando,
En medio de la guerra,
Un himno de paz y esperanza,
Hasta derrotar a las sombras.
(*) Con piel de soldado, es el primero de un poemario que vengo escribiendo en homenaje al centenario de Miguel Hernández. Poeta enorme que, como escribiera Pablo Neruda, fue "arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con una espada de la luz!", la poesía de Miguel siempre fue un referente obligado en mis escritos juveniles, aquellos que recogían desde el "España, aparta de mí este cáliz" de Vallejo, las mieses de la espiga miliciana, que con Hernández, Machado y Lorca nos legaron esa herencia de amor surgida en medio del dolor y el heroísmo de la Guerra Civil Española, que abrazamos quienes no vivimos la gesta republicana y que sólo recogimos sus lecciones de nuestros mayores.
Miguel Hernández sufrió una transmutación en mi memoria al redescubrir sus versos con las canciones de Serrat, sintiendo en la voz de Joan Manuel al vate redivivo, más grande aún y más hermoso, resistiendo de pie a los intentos de acallarlo, pues en estos tiempos su voz sigue sonando libertaria, como el soplo poderoso de un viento justiciero, como una bofetada de la historia a los tiranos de todo el mundo.