domingo, 30 de enero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"



STARDUST[1]


Lo efímero de la vida y la palabra




HOY POR LA MAÑANA TERMINÉ DE LEER UN LIBRO MEMORABLE, pero que siempre me eludía y postergaba de leer hasta el final[2], "El Diente del Parnaso" una exquisita selección de textos de gastronomía o simplemente del buen comer compilados por Antonio Cisneros[3]...Recordé entonces que por allí están un par de cosas que pergeñé sobre comida peruana y de alguna otra culinaria (confieso que para mí la gastronomía es tan excitante como la literatura)[4]. Pero este insight me sirvió de pretexto para recordar más: Tengo en mi haber unos cientos de escritos, pequeños y grandes, escritos en blog, en foros como Informalísimo, en respuestas a correos electrónicos, etc., los cuales nunca más he visto, y de los cuales jamás guardé copia alguna, según mi inveterada costumbre de no conservar originales entre mi poesía y demás escritos....Esto me lleva a reflexionar sobre lo efímero de la palabra, y mucho más de la relativa permanencia de la escritura. Cuántas cosas decimos, muchas menos, aunque crecientes, las cosas que escribimos, muchisimas las que navegan en nuestro recuerdo pero inconmensurables aquellas que se pierden en el mar del olvido...Tal vez en el futuro la palabra de paso, por completo, a las imágenes, también fugaces y peor, etéreas, pues aun cuando resultan un artificio increíble de la realidad para fotografiar los incidentes tanto menores a un pestañeo, apenas colores, contornos, claroscuros y demás luminiscencias, sin embargo suelen ser increíblemente efectivas para conservar más que muchas palabras, por más bien dichas que estén dichas o escritas.


Por ello, lo efímero de la palabra se parece tanto a la vida, vidas que se viven con el fulgor de estrellas o la opacidad de algunos cuerpos celestes, aún cuando las estrellas sean solo el recuerdo de soles que estallaron hace muchos miles o millones de años luz y de las cuales nos llega su pálida luz o de cuerpos celestes que no brillan en lo absoluto, pero tienen al menos la permanencia de la costumbre. La vida aparece entonces como un acto inusitado, que sólo las enormes experiencias como el amor, o como las artes pueden perennizar. Creación humana, tanto o más memorable, que es depositaria de la inteligencia del hombre y su capacidad de transformar el mundo, de convertirlo en algo que puede ser destinado a nuestro goce privado, pero que sin embargo es motivo para el disfrute colectivo, como viene al caso. El buen cine, la literatura o la música, o la buena cocina, pueden preservar la propia perentoriedad de la vida humana.


Y aun cuando la existencia humana es siempre finita, aunque nada dure para siempre, solemos tener la posibilidad de perpetuar nuestra presencia a través de otros, y de algunos objetos: Los edificios, una obra de arte, y hasta los relativos vestigios conservados por la escritura, que nos sobreviven. Pero, al final, cumplido el ciclo de la vida, viene el declive, el ocaso que nos llega a todos, a veces sin el recurso sencillo del recuerdo.


Por todo ello, me inclino por la experiencia solar de cada día, la música que nos llena el alma y la limpia de impurezas auditivas, nuestra lectura matutina que nos ilumina con ideas de otros y motiva las reflexión sobre las propias, el instante perfecto de la lluvia de verano al caer sobre la tierra y que llega invencible a nuestro olfato, hasta el amor que nos visita en alguna corta estación de la vida para darnos la felicidad que sabíamos perdida…


Ya la finitud no me importa, somos apenas un punto en el tiempo que es el único espacio existente en el universo, y por ello prefiero el fulgor de las estrellas, que aun cuando sé de su breve existencia, son imágenes que pueblan mi noche y que las guardo como consuelo para mi propia historia.








[1] Stardust. No qué fue lo que me decidió darle este título a mi texto, tal vez porque estuve viendo un documental magnifico sobre los orígenes del jazz (Jazz de Ken Burns, 2001, documental de 12 horas considerada la historia definitiva por lo menos fílmicamente hablando), escuchando a Louis Armstrong y el tema en mención (…Oh beside a garden wall/When stars are bright/You are in my arms/The nightingale tells his fairy tale/A paradise where roses bloom/Though I dream in vain/In my heart it will remain baby/My stardust melody/Oh memory oh memory oh memory. El tema fue compuesto en 1927 por Hoagy Carmichael y fue interpretado por Satchmo en 1931), u otro film inesperado ambientado en el sur de los Estados Unidos donde une blues y literatura ( A love song for Bobby Long, dirigid por Shainne Gabel, 2004; con magníficas interpretaciones de John Travolta y Scarlett Johansson. Va en la traducción “Recuerdos del pasado”) pero lo cierto es que este texto hace justicia a la idea de la vida como un polvo de estrellas.



[2] Antes que lo pregunten, adelanto explicación de tamaña postergación a tan excelso texto que reúne dos pasiones, la escritura y el alimento que pasa a través de la cocina como acto de civilización: El libro está dentro de los muchos que habitan mi modesta, y ahora dispersa aunque nutrida biblioteca, e iba siendo leído de pocos, pagina por página y en momentos memorables, como para que no acabara nunca el placer de cada una de las 77 sustanciosas lecturas que nos trae.



[3] El Diente del Parnaso. Manjares y Menjunjes del Letrado Peruano. Lima, Universidad de San Martín de Porres – PEISA, Lima, 2000. Antonio Cisneros (Director y antólogo) Grendna Landolt (Ilustradora)



[4] Verbigracia, en el texto aludido se hace una diferenciación entre gastronomía, gastromanía, entre gourmet, gourmand, gastrómano y gastronauta, a la cual añado otro halago lingüístico mayor: Gastrósofo (que la profesión médica ya tomó la gastroenterología como el estudio de estas vísceras), es decir, una suerte de sabiduría hedónica desde la integralidad de la experiencia de cocinar y degustar un plato, lo que convierte en numerario de la gastrosofía a todo aquel que puede dar fe del conocimiento del mundo a través del placer sensorial del comer, o mejor, la cosmogonía o concepción del mundo a través del estómago, pero diferenciado del egoísta comelón, un verdadero gastrocéntrico, que puede hacer de su barriga (y no por descomunal) el centro del universo.

martes, 25 de enero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"

50 años de Orilla

HERNÁNDEZ: RETRATO DE UN ARTISTA ADOLESCENTE[1]

¿Quién soy yo, ser sin forma/que el océano roe?


Estos versos de François Mauriac aparecen epigrafiando el poemario primaveral de Luis Guillermo Hernández Camarero. Qué otras palabras, con tal rotundidad podía expresar mejor las voces y llamados aurorales de Luis Hernández.


Orilla fue la opera prima de nuestro poeta, en una edición auspiciada por el Centro Federado de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, y vio la luz un 25 de enero de 1961, por lo cual celebramos sus 50 años. Sobre la publicación en sí, prologada por Luis Alberto Ratto, realizada en Lima por el esfuerzo de Javier Sologuren en su pequeña imprenta que dio lugar a la colección Cuadernos del Hontanar, posteriormente a llamarse La Rama Florida, que sirvió de plataforma de lanzamiento de muchos de los jóvenes poetas desde los sesenta.


Apenas un manojo de poemas hacían del libro apenas algo más que una plaquette, pero tal intensidad fue pocas veces vista antes en poetas que hacían sus primeras armas. Reparemos que Luis tenía apenas 20 años cuando escribe esta obra, un detalle que no resulta insignificante, pues la lectura actual de la obra nos evidencia la maestría más propia de vates con mayor experiencia en recorrido y en uso de los recursos de la poesía.


Podemos decir de Orilla y Luis Hernández, que el poeta no sintió necesario hacer sus propios rites de passage, que muchos otros lograban en publicaciones marginales, revistas de corto tiraje o inclusive en los poemas pasados de mano en mano, abiertos al escrutinio y la crítica de sus pares e impensables de ser dados a conocer a grandes públicos.


De otro lado, Orilla no es todavía la obra que evidencie la voz propia y definitiva de Hernández, su expresión y temática empiezan a cambiar con Charlie Melnik y con Las Constelaciones, y se reelabora a partir del inicio de sus famosos cuadernos. Sin embargo, mucha de la originalidad del poeta ya está presente en estos sus primeros versos, que como reconocen sus biógrafos y antologistas a partir del estudio de su obra reunida y conocida (la que nos seguirán dando la sensación de que permanecerá incompleta por un buen tiempo), ya preludian la lírica y el culturalismo que son inherentes a su generación, y que se enriquecerán con los giros más populares, casi coloquiales de su obra posterior, mucha de ella convertida en un diálogo reiterado consigo mismo, sus conflictos interpersonales y hasta su dolor psíquico.


No nos proponemos hacer un estudio de su obra, solo celebrar con la creciente troupé de sus seguidores, la valoración justa de una obra hace poco redescubierta, antes marginal y reducida a sus exégetas. Nos regocijamos que su obra sea difundida, que exista todo un movimiento cultural en ciernes alrededor de su obra y figura, donde solo percibimos que nos falta seguir en el esfuerzo por seguir reuniendo su obra inédita y reeditar la publicada.



En tanto gocemos con estos poemas llenos de preguntas sin respuesta, de tensas y provisionales respuestas, de alguien como Hernández que a sus 20 años pudo ser capaz de anticipar su propio destino expresada en una poesía fulgurante, construida a partir de sus propias tribulaciones, de su búsqueda y extravío, estos versos que significaron su nacimiento poético en medio de voces y llamados que nos dieron su sentido de lo humano. (Luis Pineda)



Orilla
Luis Hernández



JARDINERO DE CIZAÑA


¿Quien soy yo, ser
sin formar que el océano
roe?
Francois Mauriac




- Pon arriba,
donde nunca puedan
verla,
tu señal,
jardinero de cizaña...
-ya vienen tras de ti.
Pronto,
Pon arriba tu señal.




1




cielo nuevo
que por un momento
del alma al corazón
creímos nuestro.
desvanecido ya,
triste es tu huida,
intento, afán,
amado, florecido...
Donde uno, una vez
quiso llamarte
rostro, corazón, luz y silencio,
suyo serás, no serás nuestro,
perdida así
toda tu vida.




2




Hemos vuelto a vivir
lo mismo
de ayer y
de mañana.
El agua sube ya,
cubriendo
los días
y las horas;
de mí
ya sólo queda
el mar claro y naciente,
de mí
ya sólo queda
el mar, triste, apagado.




3




Poniente sol,
perdida tu belleza,
oculto ya, no hallado
tu destino.
Sólo serás, siempre;
infinito en tu ocaso,
inmenso tu silencio.
Estarán en ti tan sólo
las rosas muertas,
canciones sumergidas,
tinto en el mar,
inmóvil en tu vida,
ignorando tu cielo.




4




Aunque nada hubiera
llevado al mar con mi alegría,
no sentí nunca
el sonido de las ondas,
la espuma en la ribera.
Ahora
el amor a las playas
es demasiado
lejano.
Sin el soplo
fugaz de la arena,
brota el mar
desde el fondo
sin hallazgo.




5




Cerrado, adormecido cauce
de todo lo que aún quisimos,
deshecho ya, deshecha vida
cerrada hacia poniente la sonrisa.
Poniente sol, que no regresa
a cubrir de luz
lo ya apagado, no vivido,
tan limpio de recuerdos.
Legiones de senderos inconstantes
que el mar y lo ignorado
cierran juntos.
Sabemos ya el final
aún así inmenso es el fracaso,
muertos ya, cerrada la sonrisa.




y 6




El agua al fondo
cortada
en la línea de las
algas.
Yo pensaba en el mar
como cuando leía
y el mar sonaba igual:
No es posible sentarse,

los bancos están mojados,
los bancos están mojados,
y podridas las maderas.

Porque ahora han llegado
el mar y los senderos
a la proa en la noche
sobre ondas azules
y no puedo tomarlos.
No es posible sentarse.
Viven aún como arena
las luces de la calle.






II
Mar

Entre la sombra voy

(Juan Ramón Jiménez)

1

REFLEJOS SOBRE EL AGUA

Las franjas suaves del agua
se pierden en la orilla.
- Es posible vivir;
está húmedo el aire
y reseca la arena....
- El viento trae gotas
fugaces y salinas.

El mar antes surgía,
sereno sin ser visto,
mi amor por él, ahora,
olvidará hasta el cielo.

El agua antes cantaba
infiltrada en la arena;
hoy, la busco hasta a ella
por el mar no saciado.

Ayer vimos las ondas
que subían perfectas,
hoy
nuestros pies las perturban,
nuestros cuerpos las quiebran,

Está el mar muy amargo,
hemos bebido
en un día sus aguas,
pisado sus riberas.



2

La última onda,
limpia y azul,
ha caído tan cerca
de mí
que puedo sentir
su pensamiento.



3

Vuelvo mi rostro,
arriba...
abajo en el fondo
pétreo y salino del pozo,
oriónidas estrellas
se hunden en la noche.



y 4

He cubierto en el mas
el vacío
entre estrella y estrella
creyéndolas mías;
mas la noche muere
y estoy tan solo
como antes.

Y III
Una voz que no es
nuestra
también puede
llamarnos.

2.
Coge de tu corazón
tan sólo
lo que ames…
desecha lo demás.

3.

Junto al muro
crece la hierba:
su sombra,
la sombra de la luna;
mágica, ancestral,
la sombra de mi cuerpo.

y 4
LLUVIA

Vamos afuera, la lluvia,
mojara
la cara, el traje.
Vamos afuera,
saltaremos
los charcos,
y al mirar el cielo
se nos llenaran los ojos
de agua y de contento.









[1] Para este artículo de homenaje a Hernández hemos tomado prestado el titulo magnifico de la obra de James Joyce.

[2] Hemos tomado como base la edición especial que realiza la PUCP: http://biblioteca.pucp.edu.pe/luis_hernandez/poe_ori.htm#1


miércoles, 19 de enero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"



JAVIER HERAUD: EL ARTE DE HACER POESÍA O LA REDENCIÓN DEL HOMBRE
En las hojas
que caen del otoño
me parece que escucho sus pisadas.
Arturo Corcuera
***
JAVIER HERAUD COMO QUE VIVÍA EN MI CUADRA. Lo he sentido tan cerca, desde siempre, como esa ventisca fresca de verano, como las salpicaduras del riego de los jardines cercados por tupida granadilla, tal como el sonido de los viejos colectivos que circulaban desde la Plaza San Martín y Miraflores. Me lo imagino en mi barrio, con su andar lento de niño muy desarrollado para su edad, comprando el pan, galletitas de animalitos en la bodega, o coleccionando los mismos cromos para correr a pegar en el álbum con su eterna pasión de colegial, o mucho más precisamente me lo imagino como el hermano mayor que nunca tuve, con quien podía codearme por las noches entre confidencias y juegos para conciliar el sueño.

Javier era tan terrenal que no se distinguía de otros muchachos, grande y bueno, sensible y fraterno desde siempre. Nada fuera de ser como cualquier chico de sufrida mesocracia, que estudiaba en colegio privado, que traía altas notas y diploma de honor siempre, el "chanconcito" pero jamás "sobón" que se comía seis panes en el lonche y que guardaba su mesada para ir al cine puntualmente a suspirar con las piernas de Marilyn Monroe o a sentirse James Dean, bien peinados con brillantina y con olor a algunas gotas de la loción after shave escamoteada del papá.

Y es que eran tiempos buenos, casi de paz, en un escenario global posterior a las dos grandes guerras mundiales, salvo las escaramuzas de Corea detenida en el paralelo 38, y donde no se escuchaba nada de Vietnam que solo era un como una cagadita de mosca en el mapamundi. De pronto vino lo de Cuba, Fidel, el Che, el hombre nuevo. El imperio veía en la Revolución Cubana un mal ejemplo en su patio trasero, y desde el primer día en 1959 se dispuso a acabar con ella.

En tanto Javier busco el lado más difícil. Decidió ser el genio de la lámpara, tomar la palabra como instrumento de su verdad y su destino. Quiso ser poeta. Y la poesía lo acogió cariñosamente, y la palabra empezó a fluir como fluyen las olas de la mar, tal vez el mismo océano que contemplaba desde los acantilados de lo que hoy es Larco Mar.

Sus primeros poemas dieron cuenta de una gran ternura, de una desbordante imaginación que no escapa a la realidad, sino que la reinventa, con una sutil melancolía, con sus alusiones a los elementos, al sol y los caminos, una voz poética que pone sensaciones y honduras de la vida misma, esa trascendencia que tomada de lo cotidiano es puesta en verso para cantar desde lo más íntimo. La sencillez de su poesía, centrada en los hechos y circunstancias que relacionan sin morbo alguno la extraña conexión entre vida y muerte, y que el simbolismo enorme de su poesía guardaba en la epopeya de un simple viaje.

Y Javier tenía esa enorme energía de querer hacer cien cosas como quien realiza los trabajos de Hércules en tiempo récord: Las clases de francés, los estudios en la católica, la enseñanza en algún colegio, los proyectos de revista soñada en un concierto a dos manos con Luis Hernández, mi otro hermano mayor.

De pronto, el poeta joven, laureado tan tempranamente, que había demostrado que no era ya sólo una promesa para las letras sino que se iba convirtiendo en el porta estandarte de la naciente generación de los sesenta, decide irse a Cuba a estudiar cine, una de sus pasiones. ¿Qué pasó con Javier?, se preguntan algunos, ¿quién lo captó con las voces engañosas de las sirenias de la revolución, cómo fue que las armas lo terminaron por cautivar? Preguntas, tal vez sin respuesta, o quiza que no terminen de ser respondidas del todo. Nuestra explicación yace en medio de su poética, en sus poemas puede leerse el alma de un hombre exquisita y extremadamente sensible a la vida, capaz de poetizar los hechos más triviales, pero también de indignarse frente al abuso.

Javier no fue, por tanto, un iluso soñador que escribía poesía acompañado del tañido de un arpa celestial. El poeta miraba la realidad en la cual vivía dotado de un aparato critico, en ese entonces, aún débil, pero en cambio estaba poderosamente armado de un sentido de justicia social que finalmente terminó por confrontarlo con su vida y su obra, inclusive –en algún momento- le hizo ver hasta la “inutilidad de su poesía”, y la necesidad de pasar a la acción, pues debía asumirse –siguiendo a Marx- la decisión de quien transitaba de "las armas de la crítica a la crítica de las armas".

Los sucesos posteriores son harto conocidos. El reingreso clandestino al Perú, su fracasado intento de crear un foco guerrillero a partir de una columna invasora del ELN como lo hizo el Movimiento 26 de Julio en Cuba, su muerte en medio de un río, acribillado por la policía y exaltados civiles, tiroteado hasta con armas de cacería. Luego la investigación, los homenajes, el dolor de la familia, las puestas en cuestión de supuesto “lavado de cerebro” que le habían practicado en la isla, y los reproches, algunos poco sinceros, ante una vida joven que se afirma, fue desperdiciada.

Lo único cierto es su poesía, la única verdad es su alineamiento con los más pobres, con los desposeídos del mundo y de su patria. Su poesía y su hondo sentido social se llegaron en algún punto a juntar y dieron lugar a una rápida filiación política y compromiso de acción. Tal vez hubiéramos imaginado otro destino para Javier, tal verlo envejecer, como hoy que hubiéramos celebrado sus 69 años con chifa en la calle Capón, libando un buen vino, leyendo a hurtadillas su último poema y pidiéndole que nos cuente su última aventura literaria.

Eso tal vez hubiéramos deseado, y tal vez este mismo material inunde por siempre nuestros sueños con todo aquello que no fue, pero tal vez allí termináramos por fallarle al amigo, en no respetar su decisión de convertirse en ejemplo, en insignia de pureza y sacrificio, para todos, pero sobre todo para quienes preferían la comodidad fácil del hogar con su cama muelle y su comidita caliente. Y aun cuando también denunciamos la injusticia y quisimos en algún momento cambiar el mundo, muchos no tuvimos el valor y la entrega de Javier, quien esparció al viento sus flores de mil colores y abrió su pecho como el sol cuando se abre paso entre las nubes.

Por ello Javier sigue siendo joven, su muerte temprana le dio este lugar imperecedero, y allí estará siempre, creciendo cada día, llamándonos desde la otra orilla, con la bandera inmaculada de su palabra, ofreciéndonos el más hermoso poema de su vida heroica, diciéndonos “Y la poesía es entonces/ el amor, la muerte,/ la redención del hombre, y confesándonos su única verdad: “supe vivir y morir como hombre digno”. (*)



(*) Versos tomados de "Poemas de Rodrigo Machado" (1962)


domingo, 2 de enero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"



YA SOY UN TWITTERO


Ayer nomás, entre los aburrimientos de fin de año, abrí mi cuenta. La tenía frente a mí: El imperio del pajarillo azul me mostraba sus dominios. Solo para mí, con sus 140 caracteres y mi impaciencia. Me moví como adolescente en su primera cita de amor, que no sabe a dónde poner la mano primero ni que decir, así, equivoque una y otra vez antes de mi primer twitteo. Por fin coloque algo asi que me servirá para una columna: El himen de Eva. Una simple joda a los políticos que se siguen peleando por dar su nombre privado a una obra pública. A partir de allí fui imparable. Coloque uno más referido a el significado de la celebración del año nuevo. Me sentí Copérnico llamando al orden cósmico universal. Luego invite a leer mis artículos sobre educación en mi blog personal. Ahora estoy embarcado en una bronca muy principista con los tarados del congreso que ante la digitación del mofletudo presidente, bajo el supuesto del homenaje a Machu Picchu terminan por homenajear al huaquero gringo de Bingham, pese que recién la Yale University ha visto obligada a devolver lo que su “descubridor” se llevó hace un culo de años. Y asi van mis elucubraciones. Ya estoy pensando que poner en el siguiente. Es una pasión que viene de dentro, como cuando se escucha un tema de amor que te mueve, que estruja tus vísceras como un acordeón. Tal vez sea algo normal, aunque solo es tarea de anormales emprenderla mediante la escritura con tipos que no se sabe si te leerán. Jung escribía algo acerca del inconsciente colectivo y un filósofo que no recuerdo ahora sobre los idola, una suerte de muletillas del pensamiento universal[1]. Imagino que en algún momento de la historia fui escriba en el alto Egipto, o un copista de un monasterio medieval. O al menos fui amanuense de algún general libertador y quisiera, desde mi fuero interno, haber sido algún propagandista revolucionario de la comuna de Paris, linotipista de la Iskra de Lenin, o activista del pasquín que publicaban los voluntarios irlandeses en su guerra civil. Lo que si me he dado cuenta es que soy un escritor compulsivo. Sufro si no perpetro en unas pocas líneas lo que pienso. Me angustio esperando colocar las palabras exactas que recuperen ese tono de vida necesario no para ser reconocido ni glorificado, simplemente para ser escuchado (o leído) y peor, solo para mi solitario placer, una suerte de onanismo intelectual. Tal vez soy un Homo Scriptum, y padezco algo así como una “escribiosis” o algún grado de locura que me lleva a contrariamente al síndrome de la página en blanco a un horror vacui a todo lo que no tiene un texto. No sé cómo llamar a este supuesto mal. Pero espero no curarme jamás de esta rara enfermedad.


twitter@eleperu2





[1] Francis Bacon (1561-1626), llamaba idola (eidola o ídolos en griego) en su Novum Organum, a aquellas ideas preconcebidas, a manera de actitudes y prejuicios, que afectaban a la ciencia y la experimentación en su logro de objetividad.