lunes, 21 de febrero de 2011

EL MUNDO SEGÚN DIEGO

Hace tiempo que te debía un poema.

Hace tiempo, desde cuando naciste y apretabas tu puño fuerte, fuerte,

Mi pequeño osito,

Aunque ahora cuando quieres ser el Hombre Araña

(Spiderman, me corriges en tu inglés de kínder pero bien entonado),

Y suspiras por ser Astroboy, aunque sabes que este es un robot y tú, un niño.


Hace tiempo que te debía un abrazo,

Un abrazo fuerte,

Hasta que me dijeras, “Papá me está faltando la respiración”,

Otra frase hecha como muchas que siempre repites

Aun cuando tu madre y hermanos te corrigen,

Mientras te embelesas concentrado en tus recortes de papel pintado,

Donde toda una pléyade de superhéroes y personajes de ensueño,

Surgen de tus manitas ágiles y abnegadas,



Un zoológico fantástico pueblan los lugares donde vas dejando

Logradas minuciosamente, como un esfuerzo minimalista por atrapar la realidad

Que solo vive en ti

O que copias del televisor,

O de los libros que repasas

tirado sobre la cama o en el piso de la sala,

O la escalera,

ese tu dominio,

Tu mundo

Señor pequeño de ahora siete años.

Aunque esta vez no puedo verte, directamente y darte el abrazo, y escoger de tus figuras

La más pintada de todas como obsequio,

A cambio del cual te comes otro trozo de pastel de chocolate,

Pero si puedo escuchar tu voz y tu me escuchas,

Para decirte

Nuevamente, como siempre sueles decirme tú,

En tono confidencial y directamente al oído:

“Tengo algo que decirte…Te amo” .

¡Feliz Cumpleaños pequeño gran Diego!


lunes, 14 de febrero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"



La Caligrafía del Amor[i]


LOS POEMAS MAS PERFECTOS SON AQUELLOS QUE NO SE ESCRIBEN. NI SE DICEN. Son los versos que te imaginas mientras yaces ahíto, después de amar. O en su defecto, son aquellos que sueles pensar sobre tu ingrata situación mirando el rincón más recóndito de tu soledad.


Cuántos poemas han transcurrido en la vida. Incontables. Cuántas palabras, cuántos verbos han discurrido como aves en el cielo, celestes criaturas que retozan entre las nubes, o tal vez las miríadas de peces que inundan los océanos, o quizás esas carpas de enormes penachos y flecos de fuego alucinante, que pintan el agua de estanques con sus colores iridiscentes, que se derraman cual grafías en medio de acuarios iluminados por sus escamas de sol y plata.


Y es que la poesía no solo tiene la belleza traída por el verso, también es el arte de escribirlos, o siquiera pergeñarlos en la mente, uno a uno, como avatares, signos y símbolos misteriosos, cábalas oscuras y misteriosas que solemos reconocer en las formas vacuas de la realidad.


Y es que la poesía nos convierte en pintores reposados, o mejor, en sabios caligrafistas chinos o japoneses, que se sientan sobre sus rodillas a meditar sobre la vida, a buscar el equilibrio con la naturaleza, a leer entre las luces de junio reflejadas en los estanques, la forma de las montañas, el perpetuo guiño de la luna sobre nuestras retinas.


Acaso nunca podrás olvidar que alguna vez has escrito sobre el más fino papel, usando tu mejor pluma, la saliva que espesa tu tinta personal, y esta se transmuta en la tersa cubierta de tu mujer, ella durmiendo su sueño más cercano, y tú, cual maestro oriental dibujando sobre su espalda los ideogramas más bellos de su caligrafía, cultivando cada carácter como una bella flor. Papel y tinta, lienzo y pincel, seda y caligrafía, juntas son necesarias en una perfecta simbiosis del amor.


Y es desde la antigüedad todo se escribía en verso, Aristóteles decía que era la mímesis, la imitación, pues el arte poético busca a través de la imitación representar internamente la realidad externa. Pero las formas se cristalizaron en la manera de disponer los versos, y las palabras dentro de los versos, y olvidó lo bello de la disposición del poema, de la estética de la grafía.


Y esto hizo que se separen dos aspectos indisolubles, la palabra y su expresión gráfica. Paso mucho tiempo para que los poetas retomaran la forma del mundo, volvieran a las estructuras simétricas de la geometría, de los objetos del universo, para componer poesía.


Guillaume Apollinaire, inmenso poeta que a través de sus caligramas recuperó la tipografía, el color, el uso del vacío y de formas enmarcadas como recursos para hacer poesía, sin que sea la forma la que reemplace la esencia, pero haciendo que esta pueda tener en el recurso gráfico un medio para potenciar la fuerza de lo sutil, el sentido proteico de la voz poética. Entre los nuestros fue nuestros inolvidables Carlos Oquendo y Amat, César Moro, Arturo Corcuera y Jorge Eduardo Eielson, y en una tradición más cercana a los viejos caligrafistas nuestro Luis Hernández, quien depositó en su bella caligrafía, en el uso de dibujos aunque pueriles y el empleo de collages, el sello personal de la poesía contenida en sus cuadernos que cinceló como formas propias de su yo literario.


Son estos poetas, y perdonará mi ignorancia o limitada memoria a otros que injustamente olvido, como los sustanciales Guillermo Cabrera Infante o Vicente Huidobro, quienes redescubrieron las bondades apologéticas de la forma en el poema, no de su métrica, sino el rigor y hasta el dislate estético, de la plástica como expresión de lo bello y lo trascendente en la poesía.


Pero tanto decir ha convertido este tema que escribía inicialmente en algo distinto, empezamos con la idea singular de la poesía no escrita, en la saliva tenue que estalla en boca del amante, en el súmmum del placer que ilumina como centella el lecho, la coronación del amor, poesía que se consagra como némesis de amor y palabra, y terminamos hablando de una veta inagotable para la escritura poética.


Pero vaya con el ditirambo, las dos son lecturas similares, convergentes, totalmente intercambiables. Tómese amable lector, apacible lectora, este breve texto como pretexto mío para recomendarle asuma este día de festejo solo como un adelanto del año de amor (o de desamor, que como lo canta el poeta Sabina, es una forma de loa al amor perdido[ii]) que le espera en adelante.










[i] En la ilustración se trata de una “shunga”, arte pictórico japonés sobre seda con alto contenido erótico. En este caso es la obra Lección del caligrafista de Miyakawa.



[ii] “… y una mañana/comprendí que a veces gana/el que pierde a una mujer…” (Como un explorador).

martes, 8 de febrero de 2011

DE UN MUNDO RARO



CUANDO MI MUNDO SE LLAMABA NAUTILIUS


YO CONOCÍ A VERNE EN UNA CAMA DE HOSPITAL. Mi persistente amigdalitis y hemorragias nasales me llevaron apenas con seis años a la cirugía del antiguo Hospital del Niño. Previa a la operación mi naciente gusto por la lectura fue el consuelo de la relativamente larga separación de mi familia. La lectura formaba parte de ese mundo privado, íntimo y placentero que aprendí apenas cumplidos los cuatro años en una escuelita pastoral con la cuasi centenaria y bien amada beata señorita Clara en la capillita del Jr. Miró Quesada, en lugar del lúgubre local del kínder o parvuliche en el convento de los hermanos redentoristas franceses del sagrado corazón de Jesús entre el Jr. Uruguay y la Av. Wilson, hoy Garcilaso de la Vega, a donde me llevara mi padre educado por ellos en su Huanta natal. Asi pues, llegué resignado al hospital, nutrido de una buena dotación de revistas de historietas, El Quijote en versión infantil, y sobre todo una novela que marcó mi vida: Veinte mil leguas de viaje submarino, el autor: Jules Gabriel Verne, o conocido en el mundo hispano de la letras como Julio Verne, nacido en Nantes un día como hoy, 8 de febrero de 1828, hace 183 años.


Esta novela vio a la luz por entregas entre 1869 y 1870 en una revista educativa. La versión íntegra en francés en dos partes fue publicada en 1869 y la segunda parte en 1870, pero hay una edición española de ambas partes que la antecede en 1869. Posteriormente en 1871 se publica en doble volumen en Francia. Lo sorprendente de todo fue la aparición de la versión española de 1869, sobre la que se ha tejido un aura de misterio pues no existían nexos entre el editor francés, ni el autor y el editor español o el traductor.


Nota curiosa es que Jules Hetzel, el editor de la revista Magasin d' Éducation et de Récréation (“Magazín de Ilustración y Recreación") se opuso a publicarla por considerarla un riesgo para la época por su visión futurista y el meollo modernista que esta llevaba, además Hetzel fue el editor de sus primeras obras “Cinco semanas en globo”, “Viaje al centro de la tierra”, “Los hijos del Capitán Grant”, que fueron bien recibidos por corresponder al género efectista y de aventuras esperado por el editor. Sin embargo la historia de un apátrida, resentido social y sobre todo hombre visionario, inteligente y audaz, al comando de una nave formidable en su poder y contrario a los poderes terrenos expresado en los ejércitos imperiales, definitivamente trastocó el molde de los personajes que en esos años finales del siglo XIX, el público lector acostumbraba leer. Pero justamente, ese el contenido esencial que me llamó la atención a mis escasos seis años, recuerdo que a falta de superhéroes aparecía Nemo, sólo contra el mundo. Por supuesto que corroboré en las siguientes obras el mensaje irreverente y de rebelión que llevaba el discurso verniano y sobre el cual se puede hacer una tesis completa.


Pero el Verne que me terminó por cautivar es el escritor visionario, riguroso en sus descripciones, con un imaginario imposible de asumir con tal capacidad de antelación. La ciencia ficción como se dice, nació de la pluma de este titán de las letras francesas y universales. Confieso que no puedo olvidar el deleite de leer sus páginas y las imágenes increíblemente fantásticas de sus descripciones y los magníficos grabados e ilustraciones que aparecieron en sus obras inicialmente. Mi tótem desde aquella época fue el Nautilius y mi ambición de conocimiento los secretos de las profundidades del mar, todos ellos codificados en una escritura tan increíble como el universo que me despertaba.

Debo reconocer que posteriormente me resultó difícil imaginar el mucho esfuerzo que tal vez demandaron a las versiones fílmicas de sus obras y las ediciones contemporáneas para acercarse siquiera a la magnificencia de una prosa tan rica y exacta. Fue irreproducible hasta para la propia Disney que tiene en su haber la mejor de los films que adapta esta obra, las sensaciones que me produjo su lectura cuando pequeño, e inclusive cuando más adelante, adolescente y adulto, me sumergí en continuas relecturas de su obra. Nada comparable a la experiencia de leer cada página con el corazón palpitante de emociones y sentimientos inconmensurables y que aún ahora, cercano a cumplir el bicentenario de su nacimiento, nos devuelve , invicto y vigente al Julio Verne de siempre, quien nos sembró de gozo y nos dio una vida de aventura sin movernos de la cama de hospital donde convalecimos cuando teníamos apenas seis años, y de donde no queríamos movernos atrapados por la lectura en un mundo que sabíamos ficticio pero definitivamente nuestro.