martes, 5 de enero de 2010

ADIÓS GITANO



Ayer se murió El Gitano. Con él se murieron mis días de cine de barrio, con olor a creso en los baños y pulgas en las butacas, más bien bancas de tosca madera y piso de cemento enlucido bañadas con petróleo. Con Sandro empecé a despertar a la vida, con las preocupaciones de adulto aun siendo casi un niño. Aprendí a fumar mis primeros cigarrillos, a escuchar baladas, a sufrir mis primeras penas del corazón, primero por las pibas de celuloide, Malena, Susana, o rubia Mirella, que más dá como se llamaban, luego por la muchachita de mi cuadra, pebeta de los arrabales de mi imaginación, que nunca supieron de mis intenciones, pero evocaban la intensa experiencia de mirarlas mientras hacían la cola del pan y que dibujábamos en nuestra idílica poética cotidiana como blondas, exuberantes y de piel blanquísima, aún cuando eran más bien morochas, magras y trigueñas. Sandro, lo supe después, fue también precursor del rock argentino, y fumador empedernido, pero sobre todo un romántico, el saurio solitario de los pantalones de cuero y la vestimenta eternamente negra, que nos enseñó que el amor es siempre una pasión por la cual vale vivir y también morir. Acaso seguiré escuchándolo en mis interiores, cantando a una mina indefinida, a quien amenaza con “voy a abrazarme a tus pies para pedir que me dejes”, como preámbulo de las funciones del viejo y ahora desaparecido cine de mis interminables tardes y noches de platea o balcón, mientras encendía un Ducal, que aspiraba en medio de un suspiro, y del cual exhalaba, con parsimonia, el humo bronco y pardo de mis días felices…Adiós amigo, hoy mismo me beberé un vino en tu memoria.