DOS
Inmarcesible
Luce el estallido de tu cuerpo,
Mi cuerpo, la extensión tenue de tu abrazo,
La vacua soledad que había expropiado mi vida cede
Ante el castillo de fuego que emerge entre tus senos.
La vida yace, ahora,
En las yemas de mis dedos,
En la saliva fresca que me brinda tú beso,
En la juntura de nuestros cuerpos luminosos,
Habla mi carne, ahogado su grito entre tu carne,
Titilan todas las estrellas al unísono,
Clama tu lengua ese dialecto familiar que solo yo entiendo,
Y emprendes aquel viaje celestial que te eleva sin boleto de regreso.
Nada queda después del festín,
Tan solo el yantar parco de la noche,
Las voces nuevamente se escuchan en la calle,
Entremezcladas con el claxon de los autos,
Y el leve crujido de las hojas desprendidas
De los ficus ancianos de la angosta avenida.
Ahora te marchas ahíta pero triste,
Nada hace presagiar el sol de la mañana,
Vas a tu casa,
Yo a la mía,
A celebrar en silencio en el alero de tu gozo,
Tu nave indemne solo espera recargar el corazón,
Mientras la mar se agita nuevamente
En el lecho siempre ausente de mí,
Allí donde duermes,
Las olas susurran a tu oído
Las palabras de amor,
Que no escuchaste,
Sientes morir dentro de ti
La vigilia tenaz de mi recuerdo
Y mi deseo perpetuo
Traza su rumbo con el vaho caliente de su aliento
Sobre tu piel marmórea y depilada,
Es cuando sientes renacer con todas las estelas,
La vorágine indetenible de mis besos,
Para hacer sonreír todos tus poros,
Para consumar,
En ese, tu tibio espacio sideral
La travesía del amor
De donde vengo.