miércoles, 19 de enero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"



JAVIER HERAUD: EL ARTE DE HACER POESÍA O LA REDENCIÓN DEL HOMBRE
En las hojas
que caen del otoño
me parece que escucho sus pisadas.
Arturo Corcuera
***
JAVIER HERAUD COMO QUE VIVÍA EN MI CUADRA. Lo he sentido tan cerca, desde siempre, como esa ventisca fresca de verano, como las salpicaduras del riego de los jardines cercados por tupida granadilla, tal como el sonido de los viejos colectivos que circulaban desde la Plaza San Martín y Miraflores. Me lo imagino en mi barrio, con su andar lento de niño muy desarrollado para su edad, comprando el pan, galletitas de animalitos en la bodega, o coleccionando los mismos cromos para correr a pegar en el álbum con su eterna pasión de colegial, o mucho más precisamente me lo imagino como el hermano mayor que nunca tuve, con quien podía codearme por las noches entre confidencias y juegos para conciliar el sueño.

Javier era tan terrenal que no se distinguía de otros muchachos, grande y bueno, sensible y fraterno desde siempre. Nada fuera de ser como cualquier chico de sufrida mesocracia, que estudiaba en colegio privado, que traía altas notas y diploma de honor siempre, el "chanconcito" pero jamás "sobón" que se comía seis panes en el lonche y que guardaba su mesada para ir al cine puntualmente a suspirar con las piernas de Marilyn Monroe o a sentirse James Dean, bien peinados con brillantina y con olor a algunas gotas de la loción after shave escamoteada del papá.

Y es que eran tiempos buenos, casi de paz, en un escenario global posterior a las dos grandes guerras mundiales, salvo las escaramuzas de Corea detenida en el paralelo 38, y donde no se escuchaba nada de Vietnam que solo era un como una cagadita de mosca en el mapamundi. De pronto vino lo de Cuba, Fidel, el Che, el hombre nuevo. El imperio veía en la Revolución Cubana un mal ejemplo en su patio trasero, y desde el primer día en 1959 se dispuso a acabar con ella.

En tanto Javier busco el lado más difícil. Decidió ser el genio de la lámpara, tomar la palabra como instrumento de su verdad y su destino. Quiso ser poeta. Y la poesía lo acogió cariñosamente, y la palabra empezó a fluir como fluyen las olas de la mar, tal vez el mismo océano que contemplaba desde los acantilados de lo que hoy es Larco Mar.

Sus primeros poemas dieron cuenta de una gran ternura, de una desbordante imaginación que no escapa a la realidad, sino que la reinventa, con una sutil melancolía, con sus alusiones a los elementos, al sol y los caminos, una voz poética que pone sensaciones y honduras de la vida misma, esa trascendencia que tomada de lo cotidiano es puesta en verso para cantar desde lo más íntimo. La sencillez de su poesía, centrada en los hechos y circunstancias que relacionan sin morbo alguno la extraña conexión entre vida y muerte, y que el simbolismo enorme de su poesía guardaba en la epopeya de un simple viaje.

Y Javier tenía esa enorme energía de querer hacer cien cosas como quien realiza los trabajos de Hércules en tiempo récord: Las clases de francés, los estudios en la católica, la enseñanza en algún colegio, los proyectos de revista soñada en un concierto a dos manos con Luis Hernández, mi otro hermano mayor.

De pronto, el poeta joven, laureado tan tempranamente, que había demostrado que no era ya sólo una promesa para las letras sino que se iba convirtiendo en el porta estandarte de la naciente generación de los sesenta, decide irse a Cuba a estudiar cine, una de sus pasiones. ¿Qué pasó con Javier?, se preguntan algunos, ¿quién lo captó con las voces engañosas de las sirenias de la revolución, cómo fue que las armas lo terminaron por cautivar? Preguntas, tal vez sin respuesta, o quiza que no terminen de ser respondidas del todo. Nuestra explicación yace en medio de su poética, en sus poemas puede leerse el alma de un hombre exquisita y extremadamente sensible a la vida, capaz de poetizar los hechos más triviales, pero también de indignarse frente al abuso.

Javier no fue, por tanto, un iluso soñador que escribía poesía acompañado del tañido de un arpa celestial. El poeta miraba la realidad en la cual vivía dotado de un aparato critico, en ese entonces, aún débil, pero en cambio estaba poderosamente armado de un sentido de justicia social que finalmente terminó por confrontarlo con su vida y su obra, inclusive –en algún momento- le hizo ver hasta la “inutilidad de su poesía”, y la necesidad de pasar a la acción, pues debía asumirse –siguiendo a Marx- la decisión de quien transitaba de "las armas de la crítica a la crítica de las armas".

Los sucesos posteriores son harto conocidos. El reingreso clandestino al Perú, su fracasado intento de crear un foco guerrillero a partir de una columna invasora del ELN como lo hizo el Movimiento 26 de Julio en Cuba, su muerte en medio de un río, acribillado por la policía y exaltados civiles, tiroteado hasta con armas de cacería. Luego la investigación, los homenajes, el dolor de la familia, las puestas en cuestión de supuesto “lavado de cerebro” que le habían practicado en la isla, y los reproches, algunos poco sinceros, ante una vida joven que se afirma, fue desperdiciada.

Lo único cierto es su poesía, la única verdad es su alineamiento con los más pobres, con los desposeídos del mundo y de su patria. Su poesía y su hondo sentido social se llegaron en algún punto a juntar y dieron lugar a una rápida filiación política y compromiso de acción. Tal vez hubiéramos imaginado otro destino para Javier, tal verlo envejecer, como hoy que hubiéramos celebrado sus 69 años con chifa en la calle Capón, libando un buen vino, leyendo a hurtadillas su último poema y pidiéndole que nos cuente su última aventura literaria.

Eso tal vez hubiéramos deseado, y tal vez este mismo material inunde por siempre nuestros sueños con todo aquello que no fue, pero tal vez allí termináramos por fallarle al amigo, en no respetar su decisión de convertirse en ejemplo, en insignia de pureza y sacrificio, para todos, pero sobre todo para quienes preferían la comodidad fácil del hogar con su cama muelle y su comidita caliente. Y aun cuando también denunciamos la injusticia y quisimos en algún momento cambiar el mundo, muchos no tuvimos el valor y la entrega de Javier, quien esparció al viento sus flores de mil colores y abrió su pecho como el sol cuando se abre paso entre las nubes.

Por ello Javier sigue siendo joven, su muerte temprana le dio este lugar imperecedero, y allí estará siempre, creciendo cada día, llamándonos desde la otra orilla, con la bandera inmaculada de su palabra, ofreciéndonos el más hermoso poema de su vida heroica, diciéndonos “Y la poesía es entonces/ el amor, la muerte,/ la redención del hombre, y confesándonos su única verdad: “supe vivir y morir como hombre digno”. (*)



(*) Versos tomados de "Poemas de Rodrigo Machado" (1962)