martes, 8 de febrero de 2011

DE UN MUNDO RARO



CUANDO MI MUNDO SE LLAMABA NAUTILIUS


YO CONOCÍ A VERNE EN UNA CAMA DE HOSPITAL. Mi persistente amigdalitis y hemorragias nasales me llevaron apenas con seis años a la cirugía del antiguo Hospital del Niño. Previa a la operación mi naciente gusto por la lectura fue el consuelo de la relativamente larga separación de mi familia. La lectura formaba parte de ese mundo privado, íntimo y placentero que aprendí apenas cumplidos los cuatro años en una escuelita pastoral con la cuasi centenaria y bien amada beata señorita Clara en la capillita del Jr. Miró Quesada, en lugar del lúgubre local del kínder o parvuliche en el convento de los hermanos redentoristas franceses del sagrado corazón de Jesús entre el Jr. Uruguay y la Av. Wilson, hoy Garcilaso de la Vega, a donde me llevara mi padre educado por ellos en su Huanta natal. Asi pues, llegué resignado al hospital, nutrido de una buena dotación de revistas de historietas, El Quijote en versión infantil, y sobre todo una novela que marcó mi vida: Veinte mil leguas de viaje submarino, el autor: Jules Gabriel Verne, o conocido en el mundo hispano de la letras como Julio Verne, nacido en Nantes un día como hoy, 8 de febrero de 1828, hace 183 años.


Esta novela vio a la luz por entregas entre 1869 y 1870 en una revista educativa. La versión íntegra en francés en dos partes fue publicada en 1869 y la segunda parte en 1870, pero hay una edición española de ambas partes que la antecede en 1869. Posteriormente en 1871 se publica en doble volumen en Francia. Lo sorprendente de todo fue la aparición de la versión española de 1869, sobre la que se ha tejido un aura de misterio pues no existían nexos entre el editor francés, ni el autor y el editor español o el traductor.


Nota curiosa es que Jules Hetzel, el editor de la revista Magasin d' Éducation et de Récréation (“Magazín de Ilustración y Recreación") se opuso a publicarla por considerarla un riesgo para la época por su visión futurista y el meollo modernista que esta llevaba, además Hetzel fue el editor de sus primeras obras “Cinco semanas en globo”, “Viaje al centro de la tierra”, “Los hijos del Capitán Grant”, que fueron bien recibidos por corresponder al género efectista y de aventuras esperado por el editor. Sin embargo la historia de un apátrida, resentido social y sobre todo hombre visionario, inteligente y audaz, al comando de una nave formidable en su poder y contrario a los poderes terrenos expresado en los ejércitos imperiales, definitivamente trastocó el molde de los personajes que en esos años finales del siglo XIX, el público lector acostumbraba leer. Pero justamente, ese el contenido esencial que me llamó la atención a mis escasos seis años, recuerdo que a falta de superhéroes aparecía Nemo, sólo contra el mundo. Por supuesto que corroboré en las siguientes obras el mensaje irreverente y de rebelión que llevaba el discurso verniano y sobre el cual se puede hacer una tesis completa.


Pero el Verne que me terminó por cautivar es el escritor visionario, riguroso en sus descripciones, con un imaginario imposible de asumir con tal capacidad de antelación. La ciencia ficción como se dice, nació de la pluma de este titán de las letras francesas y universales. Confieso que no puedo olvidar el deleite de leer sus páginas y las imágenes increíblemente fantásticas de sus descripciones y los magníficos grabados e ilustraciones que aparecieron en sus obras inicialmente. Mi tótem desde aquella época fue el Nautilius y mi ambición de conocimiento los secretos de las profundidades del mar, todos ellos codificados en una escritura tan increíble como el universo que me despertaba.

Debo reconocer que posteriormente me resultó difícil imaginar el mucho esfuerzo que tal vez demandaron a las versiones fílmicas de sus obras y las ediciones contemporáneas para acercarse siquiera a la magnificencia de una prosa tan rica y exacta. Fue irreproducible hasta para la propia Disney que tiene en su haber la mejor de los films que adapta esta obra, las sensaciones que me produjo su lectura cuando pequeño, e inclusive cuando más adelante, adolescente y adulto, me sumergí en continuas relecturas de su obra. Nada comparable a la experiencia de leer cada página con el corazón palpitante de emociones y sentimientos inconmensurables y que aún ahora, cercano a cumplir el bicentenario de su nacimiento, nos devuelve , invicto y vigente al Julio Verne de siempre, quien nos sembró de gozo y nos dio una vida de aventura sin movernos de la cama de hospital donde convalecimos cuando teníamos apenas seis años, y de donde no queríamos movernos atrapados por la lectura en un mundo que sabíamos ficticio pero definitivamente nuestro.