lunes, 14 de febrero de 2011

"DE UN MUNDO RARO"



La Caligrafía del Amor[i]


LOS POEMAS MAS PERFECTOS SON AQUELLOS QUE NO SE ESCRIBEN. NI SE DICEN. Son los versos que te imaginas mientras yaces ahíto, después de amar. O en su defecto, son aquellos que sueles pensar sobre tu ingrata situación mirando el rincón más recóndito de tu soledad.


Cuántos poemas han transcurrido en la vida. Incontables. Cuántas palabras, cuántos verbos han discurrido como aves en el cielo, celestes criaturas que retozan entre las nubes, o tal vez las miríadas de peces que inundan los océanos, o quizás esas carpas de enormes penachos y flecos de fuego alucinante, que pintan el agua de estanques con sus colores iridiscentes, que se derraman cual grafías en medio de acuarios iluminados por sus escamas de sol y plata.


Y es que la poesía no solo tiene la belleza traída por el verso, también es el arte de escribirlos, o siquiera pergeñarlos en la mente, uno a uno, como avatares, signos y símbolos misteriosos, cábalas oscuras y misteriosas que solemos reconocer en las formas vacuas de la realidad.


Y es que la poesía nos convierte en pintores reposados, o mejor, en sabios caligrafistas chinos o japoneses, que se sientan sobre sus rodillas a meditar sobre la vida, a buscar el equilibrio con la naturaleza, a leer entre las luces de junio reflejadas en los estanques, la forma de las montañas, el perpetuo guiño de la luna sobre nuestras retinas.


Acaso nunca podrás olvidar que alguna vez has escrito sobre el más fino papel, usando tu mejor pluma, la saliva que espesa tu tinta personal, y esta se transmuta en la tersa cubierta de tu mujer, ella durmiendo su sueño más cercano, y tú, cual maestro oriental dibujando sobre su espalda los ideogramas más bellos de su caligrafía, cultivando cada carácter como una bella flor. Papel y tinta, lienzo y pincel, seda y caligrafía, juntas son necesarias en una perfecta simbiosis del amor.


Y es desde la antigüedad todo se escribía en verso, Aristóteles decía que era la mímesis, la imitación, pues el arte poético busca a través de la imitación representar internamente la realidad externa. Pero las formas se cristalizaron en la manera de disponer los versos, y las palabras dentro de los versos, y olvidó lo bello de la disposición del poema, de la estética de la grafía.


Y esto hizo que se separen dos aspectos indisolubles, la palabra y su expresión gráfica. Paso mucho tiempo para que los poetas retomaran la forma del mundo, volvieran a las estructuras simétricas de la geometría, de los objetos del universo, para componer poesía.


Guillaume Apollinaire, inmenso poeta que a través de sus caligramas recuperó la tipografía, el color, el uso del vacío y de formas enmarcadas como recursos para hacer poesía, sin que sea la forma la que reemplace la esencia, pero haciendo que esta pueda tener en el recurso gráfico un medio para potenciar la fuerza de lo sutil, el sentido proteico de la voz poética. Entre los nuestros fue nuestros inolvidables Carlos Oquendo y Amat, César Moro, Arturo Corcuera y Jorge Eduardo Eielson, y en una tradición más cercana a los viejos caligrafistas nuestro Luis Hernández, quien depositó en su bella caligrafía, en el uso de dibujos aunque pueriles y el empleo de collages, el sello personal de la poesía contenida en sus cuadernos que cinceló como formas propias de su yo literario.


Son estos poetas, y perdonará mi ignorancia o limitada memoria a otros que injustamente olvido, como los sustanciales Guillermo Cabrera Infante o Vicente Huidobro, quienes redescubrieron las bondades apologéticas de la forma en el poema, no de su métrica, sino el rigor y hasta el dislate estético, de la plástica como expresión de lo bello y lo trascendente en la poesía.


Pero tanto decir ha convertido este tema que escribía inicialmente en algo distinto, empezamos con la idea singular de la poesía no escrita, en la saliva tenue que estalla en boca del amante, en el súmmum del placer que ilumina como centella el lecho, la coronación del amor, poesía que se consagra como némesis de amor y palabra, y terminamos hablando de una veta inagotable para la escritura poética.


Pero vaya con el ditirambo, las dos son lecturas similares, convergentes, totalmente intercambiables. Tómese amable lector, apacible lectora, este breve texto como pretexto mío para recomendarle asuma este día de festejo solo como un adelanto del año de amor (o de desamor, que como lo canta el poeta Sabina, es una forma de loa al amor perdido[ii]) que le espera en adelante.










[i] En la ilustración se trata de una “shunga”, arte pictórico japonés sobre seda con alto contenido erótico. En este caso es la obra Lección del caligrafista de Miyakawa.



[ii] “… y una mañana/comprendí que a veces gana/el que pierde a una mujer…” (Como un explorador).